Si Jesús Gil levantara la cabeza, estaría muy contento de ver una ciudad “colchonera” más allá de sus fronteras.


Es verano, o eso dice el calendario del proveedor de perchas que tengo en la oficina. La ciudad está vacía. Vacía de Parisinos. Es como dejar de llevar faja. Una vez se han ido, te sientes liberado, ya no tienes que pintarte las uñas del mismo color que los labios, ni poner cara de siesa a los que hacen cola para comprar agua desmineralizada en el supermercado . Las baguettes ahora se llaman barras de pan o pistolas, como tiene que ser, aunque no te entiendan. Tampoco tienes que entrar y salir del baño como si fueras a, o acabaras de desembarazarte de unos Louboutin. Puedes pasear en bici tranquilamente sin camiones de fruta de contrabando aparcados, uy! qué digo aparcados, encajados como una pieza de Tetris en el carril bici.

No es necesario jugar a las sillas musicales para encontrar un sitio libre en una terraza. Oyes cantar a los pocos pájaros que no han hecho huelga por el plan de austeridad climatológica que nos regala esta eterna borrasca. Esa que me obliga a sacar el chubasquero de caperucita, bajo el que escondo mis coloridos y ligeros atuendos de verano. Ya no hay espera en las tiendas en las que siempre se te quitan las ganas de comprar cuando ves los kilómetros que te quedan por recorrer, cargada como los que aguardan en el puerto de Algeciras, para que el cajero te sonría, te diga cínicamente “Bonjour”, te pida marcar educadamente el número secreto de tu tarjeta de socio del Club “Yo También Trabajo Para Un Capitalista, Pero Me Desahogo Comprando”, meta lo que deseas que sea tuyo pero que no es de tu talla en la bolsa , y con una sonrisa igual de cínica que el Bonjour, te diga “Bonne journée madame, Au revoir”. Acto seguido, no sé por qué, siempre tengo un pensamiento grosero no propio del alma cándida que aparento ser: “Bonne journée…¡Los cojones!”. Yo creo que es fruto de mi aflicción.

Un periodo en el que la ciudad saca el disfraz de obrero y para meterse en el papel, ante la imposibilidad de enseñar la hucha con fines recaudatorios, expone carteles amarillos y corta carriles con barreras rojiblancas rellenas de hormigón, lo cual me hace sentir como si deambulara por los alrededores del Vicente Calderón. En los semáforos siento el irrefrenable impulso de mirarme en el reflejo de los escaparates para comprobar que no voy vestida como las  trabajadoras que frecuentan esta conocida zona de desahogo para colchoneros.

Como bien decía, no hay parisinos, sólo turistas e inmigrantes como yo. Este evento convierte por unas semanas la ciudad de París en un plató de los Universal Studios o de cualquier otro conglomerado de decorados cinematográficos. Cuando paso por delante de la catedral de Notre Dame de Victor Hugo, me pregunto si no es una réplica de cartón piedra la que luce frente al Petit Pont. Total, a los japoneses sólo les importa el “Yo estuve allí”, hasta son capaces de sacarle un ojo a un compatriota, a pesar de las dificultades que conlleva su morfología facial, con tal de que salgan sus monturas de pasta delante de tal monumento. Algunos incluso hacen ofrendas a Pikachu para que el jorobado asome la cabeza por una de sus vidrieras llenas de mugre y revalorice la foto. El ayuntamiento se está planteando contratar al Quasimodo que trabaja en Disneyland, así éste se saca unas perrillas, que con esto de la crisis y con lo feo que es, tiene que hacer horas extras para irse de p…

El caso es que esta ciudad no se está tan mal. Sí, lo sé, lo digo porque este fin de semana a sido uno veraniego de verdad, de esos en los que se te mueren las plantas. De los de Barcelona o Madrid. Algo sospechoso teniendo en cuenta que llevamos desde mayo del 2011 con temperaturas por debajo de los 20°. Para mi que han sobornado al Anticiclón por si acaso a los del COI les daba por hacernos una visita. Hasta los fenómenos meteorológicos han caído en el cohecho. Estaban desesperados por ganar París 2020, angelitos, creo que no entendieron que si las falsificaciones chinas han llegado a ser el equipamiento oficial de los JJOO es porque las reglas de juego han cambiado: ya no hay.

Por suerte para los ciclámenes, nuestra amiga la Borrasca, tiene principios más sólidos que los de Rajoy, así que, he vuelto a poner mi chubasquero de caperucita roja en el perchero de la entrada.

Lo que daría yo por una Horchata de Chufa…